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Juan González Campuzano y Gutiérrez, cabuérnigo de Sopeña por nacimiento y torrelaveguense de adopción, tomó para sus escritos el nombre de Juan Sierra Pando. Viajero impenitente desde la juventud, regresó a la tierruca tras luengas peregrinaciones por el mundo y dedicó parte de su tiempo a escribir cuentos en los que supo recoger con sensibilidad y fino oído el habla montañesa de las gentes ..
DISPONIBLE
Autor JUAN SIERRA PANDO | Editorial Librucos |
ISBN | 978-84-942481-2-2 |
Año | 2014 |
Páginas | 34 COLOR |
Encuadernación | TAPA DURA |
Dimensiones | 21X19 |
Peso | 280 GRAMOS |
Juan González Campuzano y Gutiérrez, cabuérnigo de Sopeña por nacimiento y torrelaveguense de adopción, tomó para sus escritos el nombre de Juan Sierra Pando. Viajero impenitente desde la juventud, regresó a la tierruca tras luengas peregrinaciones por el mundo –que son las que hacen a los hombres discretos– y dedicó parte de su tiempo a escribir cuentos en los que supo recoger con sensibilidad y fino oído el habla montañesa de las gentes campesinas, un patrimonio inmaterial que dejó plasmado por escrito (la mejor forma de salvarlo) para las generaciones futuras.
Periodista de raza, cuentan sus coetáneos que llegaba de madrugada a la redacción de La Atalaya, tras haber cerrado los cafés y demás refugios de la noche del Santander de finales del siglo XIX y principios del XX, una manera muy peculiar de vivir la vida para luego contarla fehacientemente.
Su obra literaria estaba desperdigada por periódicos y revistas de la prensa montañesa, y era de muy difícil acceso público, hasta que Ramón Villegas la rescató haciendo posible que se cumpliera el anhelo de otro escritor y compañero de Sierra Pando, Buenaventura Rodríguez-Parets, quien desde las páginas de El Cantábrico había reclamado muchos años antes la necesidad de recopilar toda esa rica creación literaria dispersa. Villegas, en 1998, publicó los Cuentos de la tierruca, cuentos de mi pueblo en la editorial Cantabria Tradicional, recuperando una forma de escribir y unas maneras de decir que se están perdiendo sin remedio por el avance irrefrenable de la globalización de la aldea internacional –ésa que arrasa con todo, uniformándolo– y por el desprecio de algunos gestores culturales que ven en la rica herencia de nuestro pasado una forma de atraso, mucho más preocupados por preservar otros asuntos del espíritu que sólo a ellos atañen.
El propio Ramón Villegas, en un nuevo proyecto editorial –valiente aventura propia de quienes aman lo nuestro por sobre todas las cosas–, ahora a pecho descubierto y bajo el sello de Librucos, recoge en esta edición, ilustrada con siete deliciosos dibujos por el joven lebaniego Jacobo G. Briz, uno de los cuentos más famosos de Juan Sierra Pando, “La onjana y el sevillanu”, publicado en 1905 en las páginas de El Diario Montañés tras ser galardonado ese mismo año en los Juegos Florales de Santander, dentro de la sección de “Cuento Montañés”, con el primer premio.
Ramón de Solano, periodista como nuestro autor, destacaba de la faceta cuentística de González Campuzano «su estilo sobrio, peculiar, graciosísimo, conocedor a la maravilla de los tipos montañeses y de los giros y decires de la comarca de Torrelavega y aledañas, buscando argumentos muy humanos y muy divertidos para sus relatos, en los que ponía siempre un aguijoncillo de sátira fina y un punto de alusiones ciertamente enfocadas».
No quiero adelantarte, lector, nada del argumento, pero sí la moraleja que se desprende de su lectura por boca de la abuela que lo cuenta, y es que según ella teníamos aquí, en nuestra querida Cantabria, para ganarnos la vida, «medius sobraus sin necesidá d’ir a buscalus a otras tierras».
En efecto, en una época pretérita en que la sociedad agrícola no había dado el salto hacia la sociedad industrial, nuestra Cantabria ofrecía las oportunidades de su tierra feraz, la riqueza de sus ríos, y la posibilidad de criar los rebaños en sus verdes pastos. Hoy, desindustrializada y sumida en un bucle melancólico que nos hace mirar hacia atrás en busca de cualquier tiempo pasado, que si no fue mejor al menos nos lo parece, nuestros compatriotas, cual nuevos jándalos e indianos, hacen las maletas de nuevo para ir en busca de oportunidades allende nuestras fronteras. Y no hay ya por los caminos onjanas bondadosas que los den consejos.
Pero no nos pongamos tristes, amigo lector, y adentrémonos en la lectura de este cuento que tiene dentro de sí el aire de lo tradicional, el lenguaje de nuestras raíces, la ingenuidad de las cosas sencillas. Que ése es el verdadero perfume de lo perdurable, el sabor de lo clásico.
Jesús HERRÁN CEBALLOS
Editor y escritor