CAMPOO

Don José Calderón se dejó envolver, consciente y amorosamente, en este abrazo devorador, que le transmitió el latido permanente del monte y el secreto ancestral de las gentes que le vivieron. Fue como un encargo del espíritu de los siglos para que se salvase del olvido el alma inmutable de un valle, sus permanencias geológicas y sus tipos humanos más representativos.

Campóo así, por la obra y gracia de Calderón Escalada, ha salvado para la posteridad mucho de sus historias y más de su etnografía; ha conservado, por otros libros del autor, el recuerdo de tipos, personajes, vivencias, escenas y paisajes. Los tiempos arrollarán todo lo más personal y característico de los pueblos, esto es una verdad que parece inexorable y fatídica; se igualarán las costumbres, el habla, las formas, hasta los propios sentimientos, pero cuando esta situación se haya cumplido, quedará la obra de El Duende de Campóo que podrá decir a los que vengan cómo fue su pasado, cómo el mundo de sus abuelos, como se desenvolvió la vida sencilla de sus antecesores que sufrieron, rieron, bailaron, casi aislados, casi solos, cercados y constreñidos por sus montañas, que -éstas sí-, seguirán siendo (aunque impuras ya de excursionismo masivo) los mudos testigos indestructibles de una comunidad que se ha sentido unida a través del pasado y de la cultura.

Del prólogo de Miguel Ángel García Guinea